Coubertin y el requiem electoral
En cuestión de días conoceremos el desenlace de las Elecciones Autonómicas en Catalunya que, después de muchos meses presente en los medios de comunicación, hará buenos o no los prognósticos de un cambio de color político en el gobierno de la Generalitat. Nadie espera milagros. Nadie espera grandes cambios. De hecho, creo que solo una parte minoritaria de la población sabe qué espera del resultado del próximo domingo (más claro lo tiene una mayoría sobre el partido del lunes). Se van a vivir unos comicios en un ambiente cargado de desencanto, aderezado de dosis de escepticismo y con una enorme carencia de ilusión. Pocas veces un partido político podrá conseguir tanto (a nivel de porcentajes) con tan poco (votos absolutos). Y, lo que me parece más desalentador: la participación promete ser menor que la de hace cuatro años (ya de por sí, baja (56,04%)), por lo que el parlamento que se constituya y el gobierno resultante contarán con menor legitimidad explícita (y mayor legitimidad pasiva).
Todas las encuestas vaticinan un contundente "voto de castigo" para PSC y ERC, segundo y tercer partido más votados en 2006, que perderían una parte importante de representantes en el Parlament, y una ámplia cómoda victoria del CiU, que cuenta con muchos números de poder investir a su candidato como próximo President de la Generalitat. Ahora bien, los resultados del domingo pueden ser un auténtico cúmulo de despropósitos: el PSC puede sacar los peores resultados de su historia pero, lo más irónico de todo, es que CiU también. No deja de ser sorprendente que, para los que hacen los números, se encuentren que el favorito para estas elecciones, que ha superado el millón de votos en 6 de las 8 elecciones al Parlament anteriores, pueda acercarse según los sondeos a la mayoría absoluta con menos de 800.000 votos (el record negativo de un partido vencedor, en 1980, está en 752.000 votos). El mensaje viene a decir que "vamos a castigar al principal partido en el gobierno, pero sin gustarme la alternativa". Y, pese a parecer algo incongruente, la reacción abstencionista lo que puede provocar es que obtenga más poder e influencia un partido con menos apoyo popular de lo normal.
Creo que uno de los principales "handicaps" de nuestra democracia es la falta de pedagogía y la considerable incultura política. Y cuando digo "incultura" no me refiero simplemente a desconocer el funcionamiento, aunque sea solo en parte, de las estructuras políticas o del propio sistema político. Existen formas de participación política que van más allá de ir a votar, muchas de ellas infrautilizadas e ignoradas por un porcentaje considerable de la población (incluso la que no puede votar). De esta manera es difícil que exista un alto grado de conocimiento de lo qué es la política (en particular) y que se produzca verdadera implicación ciudadana en la la elaboración y ejecución de las políticas públicas. Se puede culpar de ello a las instituciones públicas, por supuesto, pero creo que también parte de la culpa recae en muchos miembros de esa sociedad que vive en la comodidad de ser representada y, con ello, se permite el lujo de desentenderse completamente de los asuntos públicos y/o colectivos (excepto cuando aparece un problema particular).
Respecto al sistema electoral, todavía hoy hay mucha gente que no distingue entre abstención y votar en blanco. Y la diferencia es significativa. Los votos en blanco son "votos válidos" y computan en los porcentajes totales; No votar cuenta como abstención, un dato relativamente deslegitimador pero que no tiene repercusión en la distribución de escaños parlamentarios (éstos se reparten igualmente y los parlamentarios no tienen menos funciones ni cobran menos porque la participación sea baja ni viceversa). Lo mismo ocurre con los votos nulos: no cuentan. Por lo tanto, en época de desencanto, ¿votar en blanco sirve para algo?. Mucho más que no votar, seguro.
La aritmética del Sistema D'Hondt (sistema de repartición de escaños según los votos válidos que tiene cada partido) otorga indirectamente un modesto papel al voto en blanco (al igual que los votos a los partidos pequeños que nunca logran representación). Puede perjudicar al partido mayoritario y a los partidos minoritarios. Por un lado, un voto en blanco masivo complica al partido mayoritario la proporción uniforme de votos en toda la circunscripción (territorio), por lo que dificulta (que no impide) que este partido pueda conseguir una mayoría absoluta. A menor participación, la mayoría absoluta es más accesible; a mayor participación, aunque sea con un montón de votos en blanco, más "cara" es conseguirla. Esto hace que la distribución de los últimos escaños (escrutado más del 98%) resulte más emocionante.
Con los partidos pequeños pasa algo parecido. El porcentaje mínimo sobre el total de votos válidos para obtener representación en el parlamento es del 3%. Con participación baja, ese 3% se consigue con un número de votos menor. Si, por ejemplo, los seguidores de una estrella del rock forman un partido político y van a votar cuando la sociedad desencantada no lo hace, cuanta menos participación, más probable es que puedan alcanzar ese 3% simplemente votando su club de fans. De hecho, algo así permitió al CORI y a su candidato, Ariel Santamaría (que suele ir vestido como Elvis Presley) obtener representación en el ayuntamiento de Reus. Y, si la participación es tan baja como se espera, esta lógica aritmética es la que puede permitir que partidos como Solidaritat, Reagrupament o Plataforma per Catalunya (que conste que los cito conjuntamente por su voto potencial cercano ese 3%, no porque considere que "son lo mismo") tengan representación parlamentaria con un número de votos totales que, en otras elecciones, serían, con diferencia, insuficientes para conseguir un escaño. Deduzco que, según la participación electoral que haya, también habrá emoción en el recuento de votos para estas candidaturas para determinar si entran o no entran sus representantes en el Parlament y a costa de qué partido lo harán.
¿Cambiará algo todo esto?. Es comprensible que exista cierto escepticismo al respecto. Como decía antes, los indicios no son excesivamente alentadores. No obstante, considero que la democracia no es algo que nos hayan regalado por lo guapos que somos. Después de todo, mucha gente se jugó el tipo en favor de ella. Creo que nos hemos acomodado tanto a ella que no valoramos lo suficiente lo que nos aporta. Y, por ello, soy partidario de participar aunque sea un poquito, ya que está claro que para muchos votantes lo importante en esto no será ganar (como diría Coubertin. Tal vez lo dejarán para el Barça-Madrid). ¿Todos los políticos son iguales? Bueno, ¿dónde ese campeón que, en lugar de esperar pacientemente en su casa la llegada de un nuevo "mesias", está dispuesto a demostrar que los puede haber mejores?