Caballeros de la cabeza cuadrada
- "No sé, tenía extrañas pintas y faz descolorida"- respondió Asseibés. "Como de oriental o algo así. Otro pobre desgraciado que no ha tenido fortuna de conocer la verdadera fe o no posee intelecto suficiente para convivir con ella. ¡ffff! Necios infieles. Si no fuera porque, almenos, nos han aportado estas extraordinarias hierbas que alimentan el espíritu. Algo positivo habían de aportar a la naturaleza". Este soldado francés representaba todo un exponente del nivel de inteligencia de esta pequeña dotación militar. Era un humilde espadachín analfabeto, pero los efectos del hachís le hacía creerse todo un elocuente y noble caballero. Sus compañeros y él se consideraban portadores de la fe. Con eso bastaba y sobraba. Por encima de cualquier consideración moral. Por favor, la humanidad estaba en deuda con ellos. Y con una nueva calada profunda de esa maravilloso fruto de la tierra, aún más. Fffff, ¡Qué pasada!
Se acercaba una caravana de mercaderes y, al ver que eran de piel oscura, dos individuos con la sagrada cruz templaria se alzaron y se dirigieron al camino. Miraron a los viajeros con toda la fijación que sus irritados ojos les permitieron y dejaron entrever una mueca algo amorfa. "Ummm! Vaya hedor que desprendemos hoy" - exclamaba uno. "Demonios! No me extraña que los judíos se marcharan corriendo de estas tierras" -dijo el otro- con estos aromas...". Su compañero se partía de risa. "San Pedro no os concedería oportunidad alguna, pero con esta peste igual van a tener que ventilar el infierno, pardiez!". Los mercaderes mantenían el paso sin alzar la cabeza. Tenían claro que no habían de responder a la provocación. "El diablo tendrá que ponerse un pañuelo en la nariz" -entredecía entre carcajadas el soldado. "Hasta sentiré lástima por él. Cuando la muerte os lleve, que será pronto, os pondremos perfume en lugar de monedas. El maligno lo agradecerá más, ja,ja,ja!!!"
"Caballeros, caballeros, no malgasten el aire de sus pulmones. Sus alveolos pueden resultar perjudicados y su honor no merece sufrir fatiga por estas insignificancias impías", les gritaba Dajua, su oficial. Estaba a punto de reventar de risa aún procuraba mantener la compostura. Le resultaba tan divertida el grado de ironía que podía alcanzar un ser de tan vasta ignorancia, que no podía evitar sentir algo de orgullo por estar acompañado por esas personas de bien. Y, claro, acabó por reir convulsivamente con cierto atisbo de esperpento.
Con la gracia divina o sin ella, la cuestión es que los cruzados fueron expulsados de tierra santa, no sin antes haber dejado en evidencia tantos y tantos preceptos de la fe cristiana. Quizá sea mejor no implicar a la Divina Providencia en determinados menesteres. No tiene la culpa.
3 Comments:
"Bravo Alonso, braviiisimo"
Eres un artista en la palabra y en el humor afilado...
entra en mi bloc està en el ranking y he colgado una encuesta.
saludos
maría
De la estupidez humana sólo los humanos tenemos culpa...
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