jueves, febrero 14, 2008

El Caso Vázquez

Hoy voy a permitirme el lujo de ejercer de abuelete cuentacuentos y recordar mi primer contacto con el "ejercicio de la Justicia". Ha pasado bastante tiempo, pero ciertos casos recientes han refrescado mi memoria. Así que, para bien o para mal, voy a deleitaros con una chapita recordativa


¿Quién no recuerda, en nuestra tierna infancia, el clásico y eterno antagonismo existente en el colegio entre una clase y la de al lado? A veces fomentada por los mismo profesores, a través de irritantes y motivadoras comparaciones, la rivalidad entre las diferentes clases del mismo curso era el "pan de cada día". Al menos así era mi escuela: una clase siempre tenía la necesidad de ser mejor que la otra en cualquier cosa; O intentar demostrarlo, defenderlo o hacerlo creer en cualquier aspecto que se preciara. Eran los primeros pasos de la identificación individual con el grupo, amen de una llamada a la competitividad para fomentar el esfuerzo colectivo. Y para evitar una conflictividad, la solución era fácil: todos de colonias en verano y a esperar que la mezcla permita al personal conocerse con ánimo de romper las barreras y limar las diferencias. Conocer a la demás permite superar desconfianzas, generar empatía, evitar que las rivalidades devengan en odio, entablar nuevas relaciones de amistad...

Recuerdo un campamento de verano, cuando tenía 10 años, en el que participaron varios colegios. Uno de los juegos que se desarrollaron a lo largo de aquella semana se llamaba el "Zorro". La dinámica era simple: la Organización eligió a un alumno cuya misión era dejar, en diferentes lugares, unas "marcas" que consistían en papelitos con una gran "Z" escrita. El objetivo de los demás era descubrir quién era y cuando uno o varios compañeros creían averiguarlo, se lo decían al profesor. Pero, claro, éste les exigía que "probaran" que era él. Y, para ello, se les daba la oportunidad de hacerlo... en un juicio.

Me gustaría dejar claro que todo estaba planteado como juego. La simulación de un juicio pretendía ser instructiva y didáctica, sin ánimo de humillar a nadie: estaba prohibido decirle absolutamente nada al acusado, a los acusadores o a los demás actores del simulacro. En cierto modo, era como una obra de teatro: tres profesores ejercían el papel de juez, fiscal y abogado defensor; Los miembros del jurado, los alguaciles, los acusados y los testigos eramos los mismos chavales. El ambiente era bastante distendido aunque los profesores hacían lo posible para que no cundiera el desmadre. Ciertamente, me pareció una actividad muy interesante.


El primer "acusado" fue un muchacho llamado Vicente. Las causas de la acusación podían parecer auténticas chorradas: haber sido visto cerca de algunas Z's de papel , retrasarse a la hora del desayuno o simplemente parecer mentiroso ante la pregunta directa "¿Eres el zorro?", eran motivo de sospecha. Y al primero que se presumió como "Zorro" se le llevó a "juicio". El tribunal, presidido por el Excelentísimo Juan García (entonces profesor de Religión), estaba acompañado por el fiscal Don Francisco Fuentes (profesor de Sociales y Lengua Castellana) y el abogado defensor, Don Jaume Arnau (profesor de Naturales). El jurado se componía por diez alumnos; A los que no eramos ni acusadores ni acusado ni alguaciles (que llevaban un pedazo de tocho legislativo en lugar de armas), nos tocaba ser público y portarnos todo lo bien que nuestra inquietud nos permitiera. Durante unas horas, con sus correspondientes descansos, se procedió a las declaraciones, los interrogatorios y las conclusiones finales, con bastantes alusiones cómicas, coñas y paridillas varias. Y al final, el jurado a deliverar y, a los 10 minutos, su joven presidente leía el veredicto. Fiel a la rima, Vicente fue declarado inocente.

Aún hubo tiempo para hacer otro juicio y, aquella vez, me tocó ser miembro del jurado. Me hizo bastante ilusión: me iba a tocar un rol más activo que el de simple espectador. Además, se dio la circunstancia de que el reo para la ocasión fue un chaval de mi propio colegio: Chema Vázquez. Pero aquello no fue lo más curioso: los 10 miembros del jurado éramos del mismo curso y del mismo colegio. No nos pareció entonces que fuera premeditado, porque teníamos la creencia de que la elección se había hecho inocentemente al tuntún y, como mi escuela aportaba la mayoría de los partícipes de dicho campamento, la probabilidad de coincidencia de 10 jurados de esas características era relativamente decente. Sin embargo, aún se dio otra circunstancia más, que fue la que generó algunas quejas a posteriori: de los diez miembros que constituiamos el jurado, ocho estudíabamos en la misma clase (la A) y los otros dos formaba parte de la otra existente (la B), a la cuál pertenecía el acusado y los tres acusadores. Hay que decir que nunca supimos si aquello fue casualidad o no (los profesores no le dieron nunca importancia al hecho); Pero si algo se puede afirmar, casi más allá de toda duda razonable, es que la constitución del jurado pudo tener una repercusión mucho mayor de lo deseable en la lectura del veredicto final.

Los roles principales fueron ejercidos de nuevo por los mismos profesores. El procedimiento volvió a ser el mismo. Todo transcurrió con el mismo guión que en el anterior. No obstante, supongo que ya os imaginais cómo acabó todo. Los ocho jurados de la Clase A, entre los que se incluían el presidente del jurado y un servidor, tenían clarísima la culpabilidad del acusado; Los dos de la Clase B, opinaban más bien diferente. Pero, claro, al final se impuso la aclaparadora mayoría; Y el presidente leyó en voz alta el veredicto definitivo: Vázquez fue declarado "culpable" de ser "El Zorro" y condenado a ser lanzado vestido a la piscina (¡Qué original!).

La resolución provocó las primeras lagrimas en los ojos de nuestro sentenciado compañero, que la escuchó de pie completamente cariacontecido. Aunque no fuera deseada, la situación se antojaba como algo bastante humillante y cruel. Lo cierto es que, a pesar de haber sido uno de sus "verdugos", sentí un poco de lástima por él. Tampoco iba a afligirme por ello. Después de todo, ¿qué culpa tenía yo de que lo hubieran eligido "el Zorro"?

Pero la verdad siempre está para sorprendernos y para otorgarnos argumentos de película. Vázquez no era realmente "el Zorro". Había sido incongruente en algunas de sus declaraciones y se habían dicho cosas que le convertían en serio sospechoso. Pero él no era "El Zorro". Era inocente. Y lo habíamos condenado. El verdadero "Zorro" era un chico un año mayor que nosotros, de otro colegio; que en el primer juicio presidió el jurado que absolvió al acusado de turno; que en el segundo juicio fue el único testigo favorable al acusado, a pesar de que no tenía mucha relación con él; que nos recriminó con la mirada a los miembros del jurado antes de la lectura del veredicto porque vio en nuestras caras lo que estaba a punto de ocurrir: "Os lo vais a cargar, ¿verdad?". Sin duda, el verdadero "culpable" fue una persona que se alejaba del prototipo que teníamos en mente; Era digna de cumplir con su cometido, inteligente para ejercer de travieso "zorro" a su antojo y noble para que no pagara ningún inocente por ello.

La única persona que conocía su identidad era el mismo profesor que ejerció de juez en ambos juicios. El mismo que hubo de callar ante las malencaminadas reflexiones de aquel segundo jurado, mientras, problablemente, se preguntaba qué había salido mal para que el 80% de sus miembros fueran tan decididos a la hora de culpar y condenar a una persona sin ningún elemento objetivo que lo avalara. Hay que ver cómo son (somos) los niños. Menos mal que aquello fue solo un juego.

5 Comments:

Blogger eva said...

Me encanta la reflexión y el juego que cuentas.

En mis campamentos (como monitora, cuando iba...) es habitual que haya un "zorro", pero es un poco diferente. Nuestro zorro también se tiene que esconder de sus compañeros, que a lo largo del campamento trataran de descubrirle, pero lo que hace no es dejar notas con una Z, sinó "sustraer" de las tiendas las cosas que estén desordenadas y entregarlas a los monitores. Es un gran sistema para mantener un cierto orden dentro de las tiendas, y después el proceso de incriminar y juzgar, si está bien liderado por los educadores, puede ser didáctico y divertido.

Me sorprende y me alegra que conserves con tanto detalle y con estima este recuerdo. Me hace pensar que igual hay por ahí sueltos algunos que recuerdan los juegos que yo preparé. :)

Records.

21/2/08, 16:25  
Blogger C.C.Buxter said...

Ante todo he de decir dos cosas: 1) en mi curso no había rivalidades entre clases, ya que todos sabíamos que los de la clase A éramos los mejores...; 2) nunca he participado en ningún juego parecido a éste, pero en caso de no aprobar las oposiciones ya sé cómo apaciguar mis instintos juzgadores.

Ahora más en serio, está claro que el caso que expones puede extrapolarse a otros ámbitos. No tanto a los juicios reales, ya que (por suerte) en España son muy pocos los que requieren de jurado, sino a la convivencia social con los demás. El recelo ante el distinto está muy extendido, y no sólo por lo que se refiere a los inmigrantes (manido tema), también a otros "sectores de la población": jóvenes, ancianos, personas de distinto sexo... Quizá lo peor de todo sea que, como dices, a veces no nos damos cuenta de lo que han podido influir nuestros prejuicios hasta que pasa el tiempo. ¿Quién no ha juzgado alguna vez a otro demasiado pronto?

22/2/08, 22:10  
Blogger Reverendo Pohr said...

No dudes, Eva, que habrá chavales que recordarán toda su vida una experiencia de ese tipo. Es más, incluso, alguno habrá que lo recuerde con más detalle que tú misma. Y aún me atrevo a decir que se acordarán de ti muuuuuuchos años más tarde. Y si el mensaje transmitido fue bueno, te llenará de satisfacción toda tu vida.

Bueno, Buxter, en cosas así no sé si son peores los adultos o los niños. Efectivamente se extrapola a otros ámbitos. A edades muy tempranas comenzamos a favorecer a unos y perjudicar a otros según nuestros propios intereses. Recuerdo cuando ibamos a "deliverar": nos mirábamos y los pulgares hacia abajo proliferaban sin piedad. Con uno de los "nuestros" es más que probable que no hubiera ocurrido. Y aprendiamos lo que era el tráfico de influencias antes de conocer la expresión. ¡Tierna infancia!!!

25/2/08, 10:06  
Blogger Fernando Díaz | elsituacionista said...

Es que cuando juegas a eso interiorizas el aprendizaje de una manera sorprendente. Es el ponerte en lugar del otro, el saberte poseedor de un poder o una debilidad efímera que tiene que ser bien empleada a la fuerza.

Muy buen recuerdo Reverendo.

26/2/08, 12:42  
Blogger Miroslav Panciutti said...

Interesante juego pedagógico y muy entretenida tu narración. No había oído nunca que existiera ese juego entre escolares; desde luego, yo no tuve la suerte de vivirlo y me habría gustado, seguro. En cuanto a los resultados, también muy sugerentes y ... ¿extrapolables? La verdad, no creo que sea muy forzado hacerlo. Saludos.

9/3/08, 19:42  

Publicar un comentario

<< Home