lunes, febrero 04, 2008

¡Qué cruz!


Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-21)

Con esta sentencia, recogida en el Nuevo Testamento, Jesucristo venía a decir que su intención no era instigar rebelión o revuelta política alguna. Él no se consideraba un líder político y, ni mucho menos, el mesias esperado por el pueblo judío para acaudillar a sus huestes hacia una liberación y posterior hegemonía política sobre la tierra. Más bien al contrario, defendía que su filosofía espiritual, ética y moral no debía ceñirse simplemente a un mundo terrenal. La política no le interesaba y tampoco habría de ser incompatible con sus enseñanzas. Y si tenía que hablar de ello, el blanco de sus críticas no eran tanto los poderes políticos romanos como las propias instituciones tradicionales de Judea.

A diferencia de la figura clave de su doctrina, la Conferencia Episcopal española sí siente una gran afición por la política y un enorme afán de protagonismo. Y si no es así, lo disimula muy bien. Siempre se ha criticado socialmente a los gobernantes de alejarse de sus gobernados, especialmente en democracia, pero la vehemencia no ha llegado a los mismos términos en el ámbito religioso, y eso que es algo perfectamente comparable: la teoría dice que todos somos iguales, pero la práctica nos muestra unas diferencias (sea elitismo o clasismo) descomunales. De la misma manera que se despotrica a los políticos por pensar más en su cargo y en lo que representa (reputación, prestigio, renumeración) que en sus propios representados, sería de esperar que el “clero político” no cayera en el mismo error. Uno piensa que no por ocupar un cargo más alto en la Curia queda garantizado el Cielo ni se está más cerca de la Divinidad (metafísica). ¡Que demonios! De momento, da la impresión que los codos pelados, las mandíbulas partidas y los cuerpos apuñalados dentro de la alta estructura eclesiástica no tienen nada que envidiar a los propios de los partidos políticos.

No obstante, parece que, por momentos, ambas esferas llegan a difuminarse. Algunas declaraciones oficiales de las autoridades eclesiásticas española tienen mucho que desear. Una de las más recientes y controvertidas, aconsejando (o insinuando) a cuál partido deben votar y a cuál no, me parece una intromisión en política indigna e impropia de una institucion que se proclama UNIVERSAL. ¿Tienen derecho a expresarse? En un estado de derecho con libertad de expresión, todos lo tienen. Pero qué ejemplo están dando apoyando a unos, legitimando todo cuanto hacen, en detrimento de otros (no solo el partido de gobierno), que parecen estar haciendo cola en la sala de espera de futuros excomulgados. ¿Qué ocurre con todos los católicos que no votan al principal partido conservador de la Oposición? ¿Arderán todos en el infierno?

El cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, afirma que nadie callará la palabra de Cristo aunque suena al típico y tópico político de turno cuando manifiesta “Nadie callará la voz del Pueblo”. Algo que viene a sonar como al metonímico rey Luis XVI y su “L’Etat s’est moi “ (El Estado soy yo), legitimando sus intereses y voluntades particulares vendiéndolos como si tuvieran cariz colectivo. Hace tiempo que tengo la impresión de que muchos obispos y cardenales están más preocupados por su particular carrera política y sus prácticas de poder e influencia que por sus propios (es un decir) feligreses. Las suyas no son sino sus propias palabras. Y su lenguaje puede llegar a estar tan vacío espiritualmente como el de muchos políticos demagogos.

Sería injusto generalizar e introducir a todos los miembros del clero en el mismo saco. He conocido clérigos más conscientes del mundo en el que viven y del papel que tienen en él, más allá de si mismos. Ayer mismo, se publicaban declaraciones de personas próxima a la Iglesia que diferían con el Discurso Oficial de la Conferencia Episcopal. Es por ello que no hablo de un encontronazo con ninguna fe, que es algo que me merece muchísimo respeto. Aquí el problema es el poder, incluido ese deseo que imponer la propia voluntad a la de los demás, apoyándose y legitimándose en la fe religiosa. Y claro, por algún extraño motivo, se producen cambios de criterio y "dónde dije digo, digo Diego". No se alcanza a comprender el doble rasero que se utiliza en la Conferencia Episcopal para medir la acción de un gobierno y otro, pero parece que el mensaje divino muta según la relación con el Ejecutivo de turno. Hace 10 años no era un sacrilegio negociar con terroristas, pero ahora sí; Los socialistas parecen una panda de satánicos antiabortistas, pero el lider del partido conservador estuvo 8 años en diferentes gobiernos que no cambiaron (ni cambiarán) ni una coma de la Ley del Aborto; La Ley del Divorcio es un atentado para la familia... porque, claro, los únicos que se divorcian son los progres y "nunca" hemos contado con modélicos ministros conservadores dando ejemplo de una "vida en pecado", ¿verdad?; ¡¡¡Con lo fácil que es anular un matrimonio si eres famoso!!!; Luego está la reforma del Código Civil en materia del matrimonio homosexual... que en cuya votación en el Parlamento los conservadores no se oponían al hecho en si sinó que se negaban al empleo del término técnico "matrimonio" para referirse a él, apelando al origen histórico-religioso de la palabra (obviando, claro está que que un enlace matrimonial es, hoy por hoy, un trámite legal-administrativo y el simbolismo sacramental solo se lo otorgan los prácticantes). Pero, bueno, a fin de cuentas, si en lugar de "matrimonio" lo llamas de otra manera y mantienes los mismos derechos (incluso en el PP hay homosexuales), entonces la Familia ya no corre peligro.

Tanta disparidad de criterios... ¿todo esto es o no es política?

Vivimos en una sociedad dónde existe mucho desasosiego y soledad (y la culpa no la tienen exclusivamente los políticos). Qué tal si algunos miembros del clero ejercen de "curas" y dejan de jugar a políticos afanosos de influir en ámbitos que no les corresponden. En el Nuevo Testamento nada hay escrito sobre cambiar gobiernos, cómo diseñar una ley de educación que obligue la religión ni cómo influir en los Presupuestos Generales del Estado. ¿Qué tal si se da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios?

2 Comments:

Blogger Sergio Chueca Urzay said...

La iglesia más auténtica es aquella que consagra la expresión "opción preferencial por los pobres" en el contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia. Nadie quita a la jerarquía eclesial su libertad de opinar, pero los cristianos deben decirle a su cúpula que piensan.

¿Qué es más justo? El compromiso progresivo del PSOE de reducir los impuestos en 400 euros a quienes pagan el IRPF o la propuesta de rebaja fiscal del PP, que será inferior a 400 euros para quienes ganen menos de 16.700 euros, pero permitirá ahorrarse 180.000 euros de impuestos al 'número dos' por Madrid, Manuel Pizarro.

12/2/08, 1:07  
Blogger Reverendo Pohr said...

No tengo claro cuál es la Iglesia "auténtica", pero tengo claro que no es la que representa en toda su magnitud mediática la Conferencia Episcopal española. No obstante, coincido completamente que las élites eclesiásticas son libres de opinar. Pero no estoy nada seguro que suelan tener siempre presentes la opinión de los cristianos a los que, supuestamente representan. Igual que los partidos.

Justicia y economia: vaya extraña pareja! Hacen unas migas de sabor tan poco común como las promesas electorales y la moral en política. Es difícil saber de antemano no solo qué medida es más justa, sinó también cómo se aplica. De todas maneras, puestos a comparar, el número 2 del PSOE por Madrid, Solbes, cuenta con bastante ventaja, porque tiene mucha más experiencia y recorrido como ministro que el número 2 del PP, un aspirante con poca (o prácticamente ninguna) experiencia en lo público.

21/2/08, 11:23  

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